Periodista, como Tintin. Cuando empecé a publicar (con 13 años) mis crónicas en la revista Motociclismo, yo quería dar la vuelta al mundo, subirme a la luna en un cohete rojo y blanco y viajar hasta el Tibet en moto.
Un día me llevaron a Montjuic, olí la gasolina y me enamoré. Allí fue la primera vez de casi todo. Y aquí sigo, casi 50 años después, escribiendo y hablando de coches y motos, tras haber pasado por unas cuantas revistas, periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión.
He visto centenares de carreras en todos los circuitos, pistas, carreteras y desiertos de todo el mundo. Y me siguen gustando tanto como aquel primer día. Pero lo del cohete aún lo tengo pendiente.
Con frecuencia se dice que tenemos tendencia a recordar sólo los buenos momentos de nuestras vidas y a olvidar los malos, como si quisiéramos enterrarlos.
Las hemerotecas o los documentos en video, por ejemplo, nos permiten viajar hacia el pasado sin discernir entre lo bueno y lo malo.
El visionado estos días de la serie “Lucky” -la biografía de Bernie Ecclestone resumida en ocho capítulos que ofrece Dazn- nos permiten revisar precisamente los logros obtenidos por el hombre que revolucionó la F1. Y ahí vemos que, como en botica, hubo de todo.

Recuerdo una escena de la película “Senna” en la que durante el brieffing de pilotos del GP de Japón de 1989, Jean Marie Balestre corta cualquier tipo de decisión exclamando: “Mi decisión es la decisión”. Cinco palabras apenas, pero suficientes para definir como era el carácter del presidente más polémico que tal vez tuvo la FIA… (lo fue de 1985 a 1993; y antes, desde 1978 lo había sido de la FISA) pero cuyo mandato coincidió con la mayor capacidad de aceleración de su deporte, y en especial de la F1, hasta las más altas cotas de difusión y profesionalismo. Con la aquiescencia de Ecclestone, claro…
Ya no nos acordamos las decisiones dictatoriales de Balestre (que tanto perjudicaron a Senna en beneficio de Alain Prost), y en cambio perdura en la memoria el recuerdo de las orgías sadomasoquistas de Max Mosley. Y no porque hubiéramos tomado parte en las mismas (no fuimos nunca invitados) sino porque suponemos que el hijo del fundador del partido nazi británico se lo debía pasar pipa con semejantes saraos festivaleros. Y los que no conocemos, claro.
La etapa de Jean Todt (desde 2009 hasta 2021) al frente del máximo organismo gestor del automovilismo se recordará como un periplo en el que la gestión política, su capacidad para capear con mano derecha a unos y otros, dio una cierta estabilidad a una federación que abrió su puerta al interés por otros ámbitos, como la promoción de la seguridad vial o la activación del papel de la mujer en este deporte, hasta el momento demasiado en segundo plano.

Pero la gestión del ex director deportivo de Peugeot y Ferrari al frente de la FIA quedará eclipsada en comparación con los éxitos que obtuvo como director de la Scuderia en los tiempos más gloriosos de Michael Schumacher.
Desde finales de 2021, Mohammed Ben Sulayem preside la FIA. Nacido en Dubai hace 61 años, como deportista destacó por una intensa trayectoria en los rallyes de casi dos décadas, llegando a competir en el campeonato mundial de la especialidad.
Con apenas quince meses en el cargo, Ben Sulayem ya ha protagonizado algunas polémicas, y su afán de protagonismo se puede detectar a partir de su omnipresencia constante en las transmisiones de los Grandes Premios, donde se le ha visto más veces en pantalla que a los ganadores de las carreras.
Sólo la pesadez del hijo de Felipe Massa -dando por el saco a todo quisqui en el paddock jugando con una pelotita-, o la estupefacta figura de su abuelo Luis Antonio (¿quién podría olvidar su cara de pasmo al ver que a su hijo se le esfumaba un título mundial que tuvo por unos segundos en sus manos, por culpa del adelantamiento de Hamilton a Glock en la última vuelta en Interlagos?), o la embriagante verborrea de Antonio Pérez -el papá de Checo- con su notable adicción a la cámara y los micrófonos, superan la adicción del actual presi de la FIA a chupar plano.

Pero ahora, el huésped más distinguido de los últimos tiempos del parisino hotel du Crillon (la sede de la FIA) ha cruzado una línea roja importante, lo que le puede costar su gutra (el pañuelo blanco con el que cubre su cabeza).
El señor Mohammed ha encrespado los ánimos de los directivos de los principales equipos de la F1, y su engorilamiento puede actuar como la argamasa de unión que no les cohesionaba con tanta unidad desde que se puso en marcha el famoso Pacto de la Concordia en 1981, esa especie de Constitución sobre la que se ha basado el negocio-deporte-espectáculo de la F1 desde entonces… y que a todas luces requiere una revisión urgente.
Primero encabronó al personal al criticar su falta de ética frente a los deseos de entrar en el campeonato por parte de la alianza Andretti-Cadillac. Y ahí tengo que darle la razón al federativo porque a los equipos actuales se les ha visto el plumero con su cicatería a la hora de repartir el pastel con un hipotético nuevo invitado en el mantel.
Pero luego les ha puesto al pie de los caballos con unas declaraciones absolutamente sexistas, cuestionando la capacidad intelectual de las mujeres, y finalmente ha hecho saltar la alarma con sus tuits sobre la oferta de Arabia Saudí a Liberty Media para adquirir la propiedad de la F1. Se habla de una oferta de 18.500 millones de euros (unos 20.000 millones de dólares), realizada a través del fondo de inversión árabe PIF.
De ser cierta la oferta, el valor de la F1 “casi” se duplicaría, puesto que actualmente se cifra en unos 12.000. Y teniendo en cuenta que Liberty la compró por unos 4.000 millones de dólares… not so bad.

La puja aún no está cerrada, según informan desde Bloomberg. Arabia ya tiene su carrera de F1 en Jeddah, harán lo propio con MotoGP, y el Dakar ya lleva tres años en su territorio… Controlar el grifo del petróleo les permite también disponer de los más codiciados juguetes que se mueven gracias al mismo (de momento).
Recientemente la BBC ha llegado a comentar que Sulayem podría dimitir en breve tras el maremoto que sus declaraciones y actitud han ocasionado en la siempre monolítica sociedad de la F1.
Su declaración “el campeonato es nuestro (de la FIA); solo lo hemos alquilado temporalmente” ha encendido la mecha entre las escuderías, junto con el anuncio de abrir el proceso de inscripción “a uno o más nuevos equipos” en el certamen a partir de 2005.
Ante estos hechos, los equipos han enviado una carta a Ben Sulayem recriminándole su actitud pública, a la vez que han mandado diversas comunicaciones a varios medios de comunicación de gran calado en la sociedad británica.
De hecho, desde Gran Bretaña entre los equipos se ha filtrado el nombre que les gustaría que actuara como mediador de la contienda, ni más ni menos que el de David Richards.

El antiguo “jefe” de Carlos Sainz en su etapa como piloto de Subaru fue -como Jean Todt- un antiguo copiloto de rallyes (de Ari Vatanen, entre otros), pero sus mejores logros llegaron desde la estructura de ProDrive que creó en 1983 y con la que consiguió seis mundiales de rallyes, seis victorias en Le Mans, cuatro títulos del BTTCC, y once del WEC. Casi nada.
En 2004, Richards fue el Team Principal del equipo BAR, con el que conquistó el subcampeonato de F1 de aquel año.
A sus 70 años, Richards ha trabajado con multitud de marcas (Subaru, Ford, Aston Martin…) y más recientemente ha puesto en marcha el equipo X44 (con Lewis Hamilton) con el que participa en la Extreme-E, o el Bahrain Raid Extreme con el que ha participado en las dos últimas ediciones del Dakar (con los Hunter en manos de pilotos como Nani Roma o Sebastien Loeb en sus filas, entre otros).
La temporada aún no ha empezado, y la cosa ya está caliente, caliente. La sensación es que este año vamos a oler a goma quemada mucho más allá de los circuitos, y en especial en los despachos.
Desde hace años la F1 tiene más de política que de deporte, y vistos los últimos acontecimientos parece que esto último va a seguir siendo así. Ha estallado la guerra y aún no han disparado ni el primer tiro. Y, mientras, los árabes… a verlas venir y con el dinero en la mano.