Las persecuciones automovilísticas cinematográficas nacieron casi al mismo tiempo que las propias películas. Los productores se dieron cuenta muy pronto del interés que despertaban en los espectadores…
Cuando Mack Sennet fundó los estudios Keystone en 1912 lo primero que hizo fue llenar sus peliculitas mudas de alocadas persecuciones automovilísticas entre la policía -inevitablemente representada por bigotudos agentes con cascos y porras- y los malhechores, más o menos cómicos, de turno. El coche policial acababa indefectiblemente en algún arroyo o empotrado contra el muro de una casa… para risa del respetable que empatizaba con el pobre diablo al que perseguían, casi siempre un representante de la clase trabajadora martirizado por algún ricacho déspota.
En aquel momento el automóvil no era todavía un vehículo de masas y el cine podía permitirse el lujo de mostrarlo en un rol secundario cuando no en un mero soporte clasista o humorístico. El “poder” en coche. El “pueblo” en bicicleta o a pie.
Pero con la popularización del automóvil las cosas cambiaron y éste pasó a ocupar en el cine el mismo papel protagonista que también ocupaba ya en la sociedad y eso incluía tanto su aspecto positivo y familiar como su faceta más negativa y lumpen.
Las películas comenzaron a mostrar -en consecuencia- que los coches eran utilizados también los por villanos para infringir la ley y en contraposición otros, con los “buenos” al volante, intentando impedírselo.
¡¡¡Habían nacido las persecuciones cinematográficas!!!
“Bullit”… y las demás…
Si hay una persecución cinematográfica que se ha convertido en el referente absoluto de todas las demás y que ha marcado el camino técnico y estético a las que se han rodado después, esa es la de la película de 1968 dirigida por Peter Yates y protagonizada por Steve McQueen, “Bullit”.
Sus electrizantes 9 minutos y 42 segundos de duelo a toda velocidad entre el ya mítico Ford Mustang GT-390 “Fastback” de McQueen y el potente Dodge Charger R/T Magnum conducido por los asesinos a sueldo que quieren acabar con su vida, representan un salto en la historia del séptimo arte a la hora de enfocar estas escenas.
La persecución tardó tres semanas en filmarse y lo cierto es que aunque contiene algunos errores serios de “script” -como el hecho de que tanto el Mustang como el Charger se cruzan varias veces con el mismo Volkswagen Escarabajo de color verde o hay tapones de gasolina que aparecen y desaparecen milagrosamente- su ritmo es tan trepidante y su sonido tan envolvente que pasan desapercibidos por completo.
Como no podía ser de otro modo dada su pasión por el pilotaje y sus buenas manos al volante, cuando McQueen vio el precioso Ford Mustang V8 de 6.392 cc y 325 CV que estaba preparado para la acción insistió en conducir él mismo el coche y realizar la escena sin especialistas.
Por supuesto la productora del film se negó en redondo, al entender que existía un riesgo real de accidente ya que el Director no quería filmar la escena acelerada -como era habitual en otras situaciones similares- sino que pretendía que los coches circularan realmente a 180 km/h por las auténticas calles de San Francisco.
¡Hay que engañar a McQueen!
McQueen, cuyo mal genio era ya proverbial en la industria, montó en cólera como sólo él sabía hacerlo. Conscientes en el estudio de que el astro era difícil de parar cuando se le metía algo entre ceja y ceja y que estaba empeñado en conducir como fuera el Ford, se recurrió a un engaño para impedir su presencia en el set de rodaje y evitar cualquier tentativa de ponerse al volante: se le citó a las 10 de la mañana… -para McQueen, que aprovechaba muy bien las noches, eso equivalía a levantarse temprano, algo que odiaba- cuando hacía ya tres horas que el especialista Bud Ekins había terminado de filmar la carrera contra el Charger.
Bud Ekins, por cierto, era el doble habitual de McQueen. Él era también quien pilotaba la moto en la legendaria escena de La Gran Evasión y aunque el actor lo apreciaba mucho y lo consideraba un gran amigo estuvo semanas sin hablarle después de esa “traición”.
Al final el protagonista tuvo que conformarse con ponerse al volante en las escenas en las que se mostraba su rostro y que no representaban especial complicación.
“Jumper” y “Hero”
Para la película, por cierto, se emplearon dos Mustang. Uno tenía la suspensión modificada para acentuar el efecto de los botes por las cuestas de San Francisco y fue bautizado «Jumper» por el equipo de “stunts”. El otro se llamó «Hero» y se convirtió en el sueño del actor, que buscó obsesivamente hacerse con él a cualquier precio y estuvo intentando recuperarlo hasta tres años antes de su muerte en 1980.
“Jumper” estuvo perdido durante décadas hasta que apareció en un garaje de México en perfectas condiciones y fue subastado por algo más de un millón de euros acabando en una colección privada.
“Hero”, por su parte, cayó en manos de un ejecutivo de Warner que, cuando se cansó del juguete, se lo vendió a ¡un detective de policía! por 6.000 dólares.
El policía se lo vendió tres años después a un forofo de los Mustang de New Jersey, Robert Kierman, a quien McQueen intentó comprarle el coche una y otra vez poniendo cada vez más dinero encima de la mesa. Pero Kierman no cedió.
Hoy está valorado en 4.000.000 de dólares, sigue durmiendo en el mismo garaje de New Jersey y Sean Kierman -el hijo de Robert, fallecido en 2014- lo cede ocasionalmente para exposiciones.
En cuanto al no menos explosivo Dodge Charger -375 CV y motor V8 Magnum- fue recuperado en 2012 de un chatarrero en Glendale y restaurado por un grupo local de amantes de los clásicos americanos.
Las 4 reglas de oro de una buena persecución cinematográfica
- Las persecuciones son muy simples de concepto: un coche delante y otro detrás, ambos a toda velocidad. El espectador debe tener siempre claro quien es perseguido y quien perseguidor. Nunca debe confundírsele al respecto con saltos de eje o escenas que rompan el esquema.
- Centrarlo todo solamente en el duelo mecánico acaba aburriendo al espectador. Siempre hay que humanizar a los conductores con recursos como el plano de sus miradas reflejadas en el retrovisor, el movimiento de sus manos y pies o el rostro aterrado del eventual ocupante.
- Para aumentar la sensación de velocidad debe añadirse siempre en cuadro un tercer elemento que se mueva a un ritmo más lento o incluso esté parado, como peatones, animales, un vehículo más lento, un elemento del mobiliario…
- Toda persecución de cine debe siempre ir acompañada de una banda sonora trepidante y efectos especiales de motores revolucionados y chirriar de ruedas incluso si son algo exagerados respecto a como sonarían en la vida real.

Periodista de motor desde hace casi 30 años. También viajo, hago radio, me defiendo con la cámara de fotos, soy un apasionado perico... y tengo un gato que se llama Palpatine. Reivindico el uso realista, responsable y sin dogmatismos del automóvil y de la moto; en ellos viajan el progreso, la libertad y los sueños.