2023 es año de elecciones. De diversos tipos. Por ello, en los últimos tiempos hemos visto que la movilidad privada -sea en coche o en moto- está en boca de muchos. De detractores y defensores.
“Vender la moto” es rentable des de el punto de vista electoral. Da votos, tanto si se está a favor de ella como en contra.
Y ya se sabe que una contienda electoral es como una guerra; y que también es conocido aquello de que “en la guerra y en el amor, vale todo”. Pero hasta cierto punto.
Como parte integrante de la paranoia del actual ayuntamiento de Barcelona en su cruzada contra el vehículo particular, la persecución al coche y a la moto (y a sus usuarios) es uno de los temas “mainstream” del actual consistorio. Una obsesión en la que se han cruzado algunas líneas rojas.
Uno de los últimos ejemplos lo encontramos en una campaña de TMB (Transports Metropolitans de Barcelona): la denominación común de las empresas Ferrocarril Metropolità de Barcelona y Transports de Barcelona, que gestionan la red de metro y autobús por cuenta del Área Metropolitana de Barcelona.
Recientemente han aparecido diversos soportes publicitarios -especialmente en las estaciones de metro y paradas de autobús de la ciudad- intentando promover el uso del Transporte Púbico, aferrándose al mensaje “Desplázate por la ciudad en bus y metro, el transporte más integrado, más sostenible y más cómodo”, y en el que aparece la imagen de una persona desplazándose en esa especie de reencarnación de Belcebú que es un scooter… se supone que soportando los rigores invernales del frío, la lluvia, la nieve… y algo parecido a un “chapapote” de color negro que no sabría identificar a qué plaga bíblica corresponde. Les adjunto la imagen por si su sapiencia -amigos, amigas y amigues lectores, lectoras y lectoros- es capaz de iluminar las tinieblas en las que se sume mi ignorancia en el momento de interpretar tan disuasivo dibujo.
Lo público contra lo privado no debe ser irrespetuoso
Promocionar el transporte público, por mal que vaya como es el caso de Barcelona, “es bien” y es una acción loable. Hacerlo a costa de una opción que para miles de personas es, por obligación y a diario, la única alternativa a una falta de combinaciones adecuadas a determinadas necesidades de movilidad; oponerlo en contraposición al uso deseado por miles y miles de ciudadanos de esa área metropolitana “es mal” y de desinformados.
El 57% de la movilidad de la capital catalana la generan a diario los 500.000 vehículos que entran en la misma para transportar a quienes vienen a trabajar en ella y que no disponen de una combinación en transporte público que responda a sus necesidades.
Barcelona es una de las ciudades europeas con mayor presencia de motos y ciclomotores, que representan un 33% del censo total de vehículos.
Y, sin embargo, la movilidad en Barcelona es la causante de “tan solo” un 13% de la contaminación de la ciudad.
Emitir una publicidad como la comentada es una burla a estos muchos usuarios que usan la moto por voluntad o por necesidad. Es como llamarles “imbéciles”.
Y puede que hasta cierto punto lo seamos. Por el hecho de mantenerles en sus cargos, aunque sea urna de por medio. En mayo llega una oportunidad única.
Y no sólo para que quienes vamos sobre dos ruedas manifestemos a través de nuestro voto la reacción que merece su falta de respeto constante, evidenciada en desatinos como el anuncito de marras… (por que entiendo que todos estos “problemas” que insinúa el anuncio con su pueril dibujo también deben supuestamente afectar a quienes van en bici… o en patinete… o en skateboard, o a pie… ¿o únicamente llueve/moja/salpica/hiela para los “locos de las motos”?)
También lo es para los muchísimos ciudadanos que viven de esos transportes: tiendas, talleres, mecánicos, fábricas, comercios… Mucha gente con voz… y voto.
Cuando la estulticia se hace imagen en forma de un desatino como el de este anuncio, la publicidad institucional adquiere el tono de publicidad fraudulenta. Puede que la ley no la castigue en este caso. No se preocupen: ya lo hará el escrutinio electoral.
Periodista, como Tintin. Cuando empecé a publicar (con 13 años) mis crónicas en la revista Motociclismo, yo quería dar la vuelta al mundo, subirme a la luna en un cohete rojo y blanco y viajar hasta el Tibet en moto.
Un día me llevaron a Montjuic, olí la gasolina y me enamoré. Allí fue la primera vez de casi todo. Y aquí sigo, casi 50 años después, escribiendo y hablando de coches y motos, tras haber pasado por unas cuantas revistas, periódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión.
He visto centenares de carreras en todos los circuitos, pistas, carreteras y desiertos de todo el mundo. Y me siguen gustando tanto como aquel primer día. Pero lo del cohete aún lo tengo pendiente.